martes, 10 de enero de 2012

El niño cristal pseudo-autista


El fenómeno del niño índigo

De un tiempo a esta parte, coexiste una visión paradójica de ciertos niños que presentan características discordantes respecto de lo que son las conductas esperables. Desde la perspectiva de corrientes de pensamiento adscriptas a la New Age se los denomina “niños índigo” o “niños del tercer milenio”, con facultades especiales, mientras que la Psiquiatría los encuadra dentro de los TGD o del ADD.
 
La discapacidad provoca toda una gama de sentimientos que, en sus aspectos más polarizados, implican miedo, discriminación, desvalorización, prejuicios, por un lado; por el otro, la integración y la puesta en agenda de las diversas problemáticas que abarca en término traen comprensión, aceptación y dan un lugar social que siempre tendría que haber estado: el estatus de ser humano. También existen zonas grises que rodean a estas personas, como, por ejemplo, los devottees y los wanabe, que rayan en problemas psicológicos o psiquiátricos, no porque no se pueda amar a quien porte una discapacidad, cualquiera que sea, sino que resulta cuanto menos extraño que alguien sólo se enamore de discapacitados, y, sobre todo, con determinados tipos de estigmas, como puede ser el caso de las amputaciones o exclusivamente con deformidades de alguna clase. Y mucho menos se puede comprender que alguien aspire a una discapacidad.
También una posición extrema, aunque muchísimo más comprensible que las anteriores, sostiene que tener algún hijo o hija con discapacidad es una bendición, porque el contacto con ellos nos hace cambiar el punto de vista sobre las cosas de la vida y, en algunos casos, como aquellos que tienen algún grado más o menos importante de deficiencia intelectual, suelen aportar una eterna frescura infantil, muy inocente y afectiva, en un mundo que tiende a ser todo lo contrario.
Pero en la última década ha comenzado una polémica respecto de cierta clase de niños, que aparecen rodeados de ciertas “capacidades” inusuales: los niños índigo y los niños cristal. Pasamos a explicar las dos posturas antagónicas que se ciernen sobre ellos.

Una campana: los niños del Tercer Milenio
Si buscamos en internet “niños índigo” o “niños cristal”, aparecen miles de páginas que hacen referencia a ellos desde una perspectiva que poco o nada tiene que ver con la discapacidad, sino, más bien, todo lo contrario. El adjetivo “índigo” proviene de aquellos que dicen que pueden leer el aura de las personas, quienes afirman que la de estos seres es de ese color.
Según puede leerse en un portal, “Estos niños vienen a la Tierra con el propósito de ayudarnos a deshacernos de los viejos modelos. Por eso a menudo son calificados de rebeldes”.
¿En qué consiste esa condición especial? Los seguidores de estas tendencias espirituales aseguran que los pequeños así catalogados llegan al mundo con una nueva serie de patrones psicológicos, adosado a lo cual aparecen, también, estándares de comportamiento inusuales.
Por su parte, los “cristal” serían aquellos que están en otro estadio, más cercano a la pacificación, es decir, que la misión de los “índigo” es la de romper con los sistemas de pensamiento tradicionales anquilosados, mientras que el objetivo de los “cristal” sería completar la tarea de los primeros, ayudando a la conformación de un nuevo mundo, de una nueva sociedad, más pacífica y espiritual.
Ellos comenzaron a hacerse presentes en la década de 1980 (algunos remontan su aparición a una década antes). Siempre según esta corriente, poseen una estructura cerebral distinta de la ordinaria y hacen un uso diferenciado de los hemisferios, en el cual prevalece el derecho, por lo cual trascienden el plano intelectual-racional y se focalizan más en la acción, demandando de su entorno una adecuación a la forma en que ellos, merced a esas facultades extraordinarias que portan, perciben el mundo. También se postula que hay diferencias en el ADN, aunque no se especifican cuáles son ni cómo actúan.
Por ello, ayudarán a que se acorte el hiato entre pensamiento y acción, lo que tiene sus consecuencias en la esfera del comportamiento moral. Actualmente, quien más, quien menos, todos tenemos una idea de qué es lo que está bien y lo que está mal. Sin embargo, frecuentemente actuamos de forma distinta de la que pensamos y no siempre de la mejor manera. Estos niños nos ayudarán a que esa distancia entre lo que creemos y lo que hacemos se minimice, lo que redundará en una sociedad más auténtica y transparente y, por ende, en la que sea posible confiar.
También implican un cambio de focalización de las conductas humanas en lo que hace a quién debe ser el centro de la atención. Actualmente, señalan, ella se centra en el yo. Pero el ejemplo de estos niños nos llevará a ponerla en el prójimo, lo que derivará en una sociedad más justa, solidaria y armónica.
Como no responden a las estructuras rígidas establecidas y, además, poseen una verdadera intuición para comprender la verdad de las intenciones, no es posible engañarlos. A su vez, tampoco tienen miedo; por lo tanto, tampoco es posible intimidarlos con sanciones del tipo que sean y no es posible constreñirlos a las pautas establecidas. Y tampoco aceptan la autoridad en sí misma.
No se trata de que estos niños intencionalmente se propongan cambiar el mundo, sino que sus conductas despiertan en los demás la necesidad de cambiar, buscando novedosas formas de conexión con ellos que no se basen en los modelos tradicionales. Ello lleva a que quienes los rodeen deban buscar nuevos puntos de equilibrio emocional, lo que, a su vez, termina influyendo en un contexto mucho más amplio. Los cambios más significativos que producen se manifiestan, sobre todo, en el ámbito familiar y en el escolar.
Las características que identifican a estos “niños índigo” son las siguientes:
- Gran sensibilidad (sobre todo ante estímulos de todo tipo).
- Poseen una gran carga energética, que muchas veces se manifiesta con hiperactividad.
- Se distraen con suma facilidad.
- Necesitan de un entorno estable.
- Suelen frustrarse ante cualquier impedimento.
- Mayormente, les cuesta relacionarse con otros.
Señalan que algunos de ellos llegan a ser diagnosticados como portadores de ADD o, incluso, de autismo y otras patologías, pero que no existe una correlación entre unos y otros, aunque algunos puedan pertenecer a las dos categorías. Porque no se trata de una patología sino de un don, no hay que medicalizarlos ni ejercer sobre ellos tratamiento de ningún tipo, sino, por el contrario, tratar de aprovechar lo que ellos brindan.
También explican que los “índigo” tampoco son todos iguales, sino que el factor común de ellos es la creatividad, la que pueden volcar hacia intereses de tipo humanista (les gusta trabajar con personas), conceptual (su área pasa más por las ideas y los proyectos), artístico y lo que clasifican como los interdimensionales, llamados a liderar cambios profundos. En el caso de estos últimos, se trataría de los más potentes, puesto que, además, por-tarían una especie de saber innato.

Segunda campana: son niños con problemas
Ante el surgimiento de las tendencias apuntadas, que predican algo así como la veneración de estos pequeños, se alzan otras voces que dicen, sencillamente, que lo que describen los pro-índigo son puras patrañas.
Según los detractores la postura que ensalza a los “niños índigo”, es sabido que precisamente los niños con Trastornos Generalizados del Desarrollo, sea autismo, síndrome de Rett, de Asperger o cualquier otro, entre otras características, reúnen muchas de las que se señalan para los “especiales”. Lo mismo sucede con los ADD, con o sin hiperactividad, aunque quizás los hiperactivos encajen aun más en la categoría.
De acuerdo con esta forma de verlos, el problema reside en que, en general, los que padecen TGD poseen un déficit en la integración sensorial del sistema nervioso, lo que deriva en una hiperreacción ante los estímulos, por lo cual, aquello que se señala como una percepción distinta como consecuencia de dones extraordinarios, no es otra cosa que una patología que hace que no puedan integrar lo cotidiano de algunos ruidos o el contacto con ciertos objetos, por ejemplo, a su experiencia.
Si bien es cierto que la comunicación con un pequeño con TGD, ADD o con otras disfunciones similares importa tener que ajustar muchas de las conductas y replantear la forma de encarar la vida familiar y la escolar al producirse su incorporación (inclusiva o no) al medio educativo formal, ello no implica necesariamente un beneficio que repercutirá en la sociedad toda para crear un mundo mejor. Es más: un pequeño hiperactivo resulta más disruptivo que armonizador del medio en que se desenvuelve.
Otro punto que se controvierte es el que hace al tema del tratamiento. Como se trata de una patología, no es posible dejarla estar, es decir, no hacer nada para intentar mejorar la condición de alguien que sufre una y que, al menos en lo que manifiesta en sus conductas y reacciones cotidianas, sufre por ello.
Terapias y/o medicamentos son necesarios para intentar revertir o, al menos, mejorar la condición de estos niños, para controlar sus crisis y estabilizarlos. La distracción, la falta de noción ante el peligro, las rabietas, las conductas impulsivas y desafiantes, las dificultades en la vida de relación y las demás condiciones que se exhiben como dones, son en realidad, según los “no creyentes” síntomas a tratar, que implican desadaptación y sufrimiento.

Tercera campana: el cristal con que se mira
Desde un punto de vista aproximadamente racional y teñido de cierto escepticismo, se hace muy difícil creer que hay seres que llegan al mundo portando una misión, como proponen las infinitas teorías que provienen de lo que en conjunto se denomina New Age.
La denominación “niños índigo” (en otros momentos llamados “niños azules” y “niños de las estrellas”, entre otros nombres que recibieron en las últimas décadas) podría tratarse de una metaforización del desafío que plantean, en un intento de hallar el costado positivo a conductas que pueden ser o no patológicas, pero que en todo caso suponen algo distinto a lo esperable. Tomándolo en esa perspectiva, es posible interpretar que se puede tomar como un llamado al respeto a las diferencias y a un intento de despatologización de los diferentes.
Porque, del otro lado también se instala la polémica entre quienes predican que hay más casos de autismo y ADD de los que se quiere admitir y otros grupos de pensamiento contrario, que creen que hay una sobreexpresión de casos, que lleva a lo que se conoce como medicalización de la infancia y a la invención de nuevas categorías de problemas de conducta, que esconden otros problemas que no se solucionan con la administración de un medicamento.

Conclusión: “no hay mal que por bien no venga”
La disputa entre lo no convencional y lo tradicional en el campo de la salud es inmemorial. Y la que se establece entre lo espiritual y lo racional, largamente secular.
En este caso, lo alarmante de la lucha de estas cosmovisiones es que quedan algunos niños en medio de la controversia.
Hay que aclarar que todos somos excepcionales, seamos discapacitados o no, porque la condición humana es básicamente la diversidad.
Las distintas maneras de encarar un problema llevan, obviamente, a resultados diferentes. Quienes cumplen la función paterna tienen una responsabilidad respecto de aquellos que están a su cargo, que es la de procurarles, dentro de las posibilidades de cada uno, el mayor bienestar.
Las opciones que se nos plantean respecto de estos pequeños, pese a sus diferencias, tienen un punto en común, que es que hay algo en ellos que llama nuestra atención. La gran diferencia está en cómo encarar eso distinto, si a través de su aceptación como un don o una patología y, en caso de escoger esta última, establecer si es una específica y medicable en todos los casos o si algunos deben tratarse por esa vía y otros, por ser síntoma de otra cosa, requieren una solución alternativa.
En todo caso, insistimos en el tema de la responsabilidad. Tal vez sea posible conjugar las cuestiones de fe con el racionalismo más acérrimo y podamos buscar un tratamiento para su sufrimiento y, a la vez, tomarlos como seres extraordinarios. Después de todo, los niños, cualquiera sea su condición, lo son.

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